Historia de los congresos argentinos

Nota publicada por el Dr. Omar López Mato en Revista MO, año 27, número 2, mayo de 2014. Según se aclara en esta nota, el Dr. López Mato es "Médico oftalmólogo, codirector del Instituto de la Visión y director de Olmo Ediciones" y el texto se realizó en base a una conferencia que brindó en el primer Congreso Iberoamericano de Oftalmología que se realizó en Rosario a fines del año 2013.


Quiero comenzar esta breve historia de los congresos oftalmológicos en la Argentina con unas imágenes mitológicas y alegóricas a la que los mismos participantes del primer congreso de 1936 hicieron referencia oportunamente, porque los clásicos están para protegernos de caer en viejos errores, lección que, si me permiten el escepticismo, creo que jamás aprenderemos.

Júpiter fulminó con un rayo a Esculapio, el mejor discípulo del centauro Chirón, por devolverle la vista al hijo de Fénix. Este recuerdo metafórico es una no tan velada advertencia sobre los peligros de nuestra profesión.


Primer congreso argentino

Este primer congreso, realizado en 1936, nació del esfuerzo de nuestros antecesores en la profesión, en este caso liderados por la figura de Carlos Damel quien, junto con Raúl Argañaraz, Diego Argüello, Alberto Urrets Zavalía y Carlos Weskamp, entre otros, emularon la exitosa práctica de los congresos europeos. El primero de éstos, que es en realidad el primer congreso de una especialidad médica, tuvo lugar en 1857 en Bruselas. En ese entonces, asistieron 159 profesionales de treintiún países, con la presencia, entre otros, de Von Graefe, Helm Holz y Louis Fallot, inmortalizado este último en la tetralogía que lleva su nombre. Era un mundo que cambiaba rápidamente: Pasteur, Claude Bernard, Virchow y el mismo Darwin que publicaría La evolución de las especies tres años más tarde, son las guías de una forma de pensamiento: el positivismo, que erige a la ciencia en una nueva religión, con el peligro que entraña consagrar un fundamentalismo como guía de la sociedad.

Los participantes del primer congreso adoptaron la periodicidad de los juegos olímpicos y el segundo congreso se realizó en París en 1861.

La Primera Guerra impidió la realización del congreso en San Petersburgo en 1914. Las heridas del conflicto persistieron y los franceses se negaron a participar si lo hacían los alemanes. No hubo congresos hasta 1922, cuando se convocó uno en Washington, la primera vez que se hacía fuera de la vieja y conflictiva Europa. De aquí en más el inglés se convertiría en la lengua oficial de todos los eventos.

El doctor Carlos Damel, a quien vemos en esta foto junto al doctor Raúl Arga rañaz, promovió el primer congreso oftalmológico. Damel no sólo fue médico, profesor y jefe de servicio, sino un conocido autor de teatro, que escribió más de veinte obras, entre ellas: El viejo Hucha y Los chicos crecen, piezas llevadas a la pantalla grande. La obra del Dr. Damel se destacó por su acento porteño y la capacidad para describir la evolución de las costumbres en una sociedad cambiante. “Pinta tu aldea y pintarás al mundo” parece decirnos el doctor Damel en un tiempo en que las comunicaciones achicaban ese mundo. Murió en 1959, año en que se estrenó su última obra llamada, sugestivamente, Envidia. En su discurso inaugural del primer congreso aludió a la necesidad “de sacar de su puesto de cenicienta a la especialidad”, creando más servicios para evitar que “el hombre muera dos veces”: la primera, en las sombras de la ceguera; la segunda, por la inevitable visita de las parcas.

De los discursos inaugurales de estos primeros congresos (en el segundo, para ser más preciso) me gustaría rescatar las palabras del doctor Argañaraz, quien hace 70 años dijo: “Hay errores que gravitan pesadamente sobre nuestra alma nacional como una herencia atávica y es la de querer transformar nuestra mala conducta y orientación pedagógica a base de leyes, decretos y reglamentos… Esta marcha debe ser gradual y progresiva y no perturbada por convulsiones demagógicas que a veces amenazan transformar las universidades convulsionadas de Sud América en fábricas de fracasados sectarios, enemigos de nuestra estabilidad social, de nuestra patria, de nuestra familia y de nuestra tradición”.

No siempre se expresaban opiniones tan ríspidas, otras veces se daba vuelo a conceptos más floridos, como la del profesor Urrets Zavalía, al recibir a los concurrentes del tercer Congreso en Córdoba, cuando les dijo: “No olviden que somos todos la resultante del milagro de las carabelas colombinas, que derraman en esta prodigiosa tierra americana las virtudes de una raza hidalga, noble y fuerte”. Otra referencia más poética pertenece al Dr. Jorge Malbran, organizador del Congreso del 53. Después de rendir homenaje a los maestros de la especialidad, citó con nostalgia una frase de Leopoldo Lugones: “Dulce es ver la llegada del invierno que acerca un desenlace sin congojas, en la pureza del azul eterno y el dorado silencio de las horas”. O, una vez más, Urrets Zavalía, quien en el III Congreso se presentó diciendo: “Vengo de Córdoba, la ciudad mediterránea que levanta su caserío y sus torres altaneras al pie de la montaña, bajo un cielo azul y limpio… Vengo de Córdoba, la ciudad fundada por Cabrera, en la interminable ruta que une Perú con las costas bañadas por el Plata. Vengo de Córdoba, la docta y grave, austera y religiosa”.

Estos congresos primitivos tenían algunas características en común, como ser el culto a sus predecesores. En todos los discursos inaugurales se recordaba a Cleto Aguirre como primer profesor de la especialidad y las figuras centrales de Pedro Lagleyze, Otto Wernicke, Pedro Roberts (fundador del consultorio oftalmológico de la Sociedad de Beneficencia que con los años sería el Hospital Santa Lucía) y Enrique Demaría.

Con los años, cada congreso le dedicaría la portada con su efigie a cada uno de ellos, un acto de devoción que ha caído en el desuso y propongo recuperar como parte de nuestra memoria común.


De carácter iberoamericano

Estos primeros congresos argentinos eran a su vez iberoamericanos, porque siempre dieron espacio a colegas españoles que el país albergó durante los oscuros años de la guerra civil. El doctor Hermenegildo Arruga agradeció este gesto durante el IV Congreso diciendo: “Hace doce años España se desangraba luchando contra la anarquía y la esclavitud y vosotros me recibisteis con brazos y corazón abiertos”.

Los congresos argentinos se convirtieron en actos públicos con la presencia de autoridades y hasta diría, eventos políticos, ya que en la década del 50, cuando se creó el Ministerio de Salud Pública, se hizo obligatoria la difusión de la figura de la pareja presidencial.

Otra característica de los primeros congresos era que se fijaba un tema como leitmotiv y las conferencias versaban sobre ese particular.

El primero fue sobre vías lagrimales y el segundo, sobre traumatología.

Ya en el tercero los temas se diversificaron, fue TBC ocular y cirugía plástica, mientras que el cuarto fue más amplio aún: tumores, estrabismo y medicina preventiva.

En el VI Congreso, si bien el tema central era córnea y contó con la valiosa presencia de José Barraquer (nótese que ya entonces hacían cirugías en vivo), también incluyeron las discusiones y los temas libres.

A lo largo de este congreso, Alejandro Salleras, por ejemplo, comentó su experiencia en 400 injertos en tiempos cuando no existía el INCUCAI. En ese mismo congreso del año 1957, el profesor Sampaolesi presentó el síndrome de pseudoexfoliación, describiendo la línea que con los años llevaría su nombre.

También en 1957 el doctor Elizalde presentó una película sobre el tratamiento preventivo del desprendimiento de retina y los doctores Enrique Malbran (padre) y Atilio Norbis hablaron de la etiopatogenia de los estrabismos verticales.

El doctor Ketelake Cramer, junto con Miguel Scattini, disertaron sobre el oftalmótono y el ciclo menstrual. Como vemos, había temas para todos los gustos.


Aprender de los errores

A partir del X Congreso de 1975, que debería haber sido presidido por el doctor Alberto Cremona, se incluyó a Gholam Peyman hablando de las resecciones esclerales en los melonomas de coroides.

Hasta acá llegamos en el relato de estos congresos, ya que después de 1975 muchos hemos participado en estas reuniones y falta que sedimente la historia. Este es el momento de pedir disculpas a los muchos colegas y maestros que no he podido nombrar por cuestiones de tiempo y espacio.

El mundo cambia y la medicina no es inmune a las modas ni a las vanidades, progresivamente se pierden ciertas formalidades, entre ellas el respeto reverencial por los mayores que trasuntaban los discursos inaugurales. No pretendo ser un nostálgico del pasado, la medicina alimenta la esperanza de un futuro mejor, pero nosotros aprendemos de nuestros errores y antes de que sean enterrados en el olvido, es bueno conocerlos. La historia de la medicina es una forma magnífica de aprender de errores ajenos antes de convertirlos estúpidamente en propios.

Los congresos médicos continúan siendo el procedimiento más ameno, didáctico y personalizado de actualizarnos y de compartir experiencias disímiles entre colegas.

Como dijo el doctor Argañaraz durante el IV Congreso de nuestra especialidad, “La ciencia es la única planta que no es extranjera en ningún país civilizado y bajo su sombra cordial y bienhechora, se sientan hermanados y solidarios, tanto sus modestos como sus grandes cultores”.

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