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Revista MO 2022.01: "La grandeza de la humildad: Dr. Jorge Bar (1944–2021)"

Hay quienes aseguran que humildad es saberse y estar lo suficientemente seguro de uno mismo como para no tener la necesidad de demostrar cuan inteligente, poderoso o exitoso se puede ser. Es saber íntimamente qué y quién uno es. Precisamente, esta humildad es la virtud que, a pocos meses de su despedida física, eligen para recordarlo familiares, colegas y discípulos del profesor doctor Jorge Bar.

Esta nota se publicó originalmente en Revisa MO, año 2022, número 1. Acceda a la versión completa en este enlace.

“No voy a ser yo quien enumere sus logros académicos, que apenas reflejan lo que fue su minucioso, pero vasto conocimiento de la oftalmología. Prefiero recordar el cariño y el respeto que la comunidad oftalmológica le brindó permanentemente y que él atesoraba como premios, con mucho más orgullo que sus títulos. A mí, durante muchos años me paraban colegas de todo el país en los pasillos de los congresos para hablarme bien de mi papá”, Dr. Diego Bar.

“Todos los padres cuentan anécdotas. Una de las favoritas de mi papá era contar cuando ingresó a primer año de la carrera de Medicina: le pidió plata a su padre para comprar el manual Testut de Anatomía, y mi abuelo le dio el dinero que tenía destinado para comprar la mercadería de su negocio. Cada vez que relataba esta historia terminaba diciendo: y al día de hoy no sé de dónde sacó guita para la mercadería.   

Jorge era hijo de inmigrantes que llegaron al país sin siquiera conocer nuestro idioma. Creció en una familia donde la honestidad, la solidaridad y la voluntad de trabajo eran condiciones indiscutibles. Gracias al enorme esfuerzo de mis abuelos pudo cursar la universidad pública y obtener su título de médico.  “Mi hijo, el doctor…”.

Luego, tuvo un maestro a quien honró hasta el último momento: todos en mi casa sabíamos quién era Roberto Sampaolesi. 

Mi papá era una persona agradecida, que nunca se cansaba de contarnos lo improbable que era su destino de éxito. Esa incertidumbre lo llevó a tratar de hacer todo, absolutamente todo, de la mejor manera posible. Por supuesto que la oftalmología era su pasión. Siempre deseoso de aprender, pendiente del dato desconocido. Consideraba a cada colega una fuente de aprendizaje. Muchas veces su humildad fue destacada, pero era, además, muestra de su curiosidad.

El compromiso que tenía por sus padres y maestros y la necesidad de honrar y devolver lo recibido solo podían conducirlo a ser la persona generosa que ustedes conocieron. 

Sí, mi papá fue una persona exitosa: formó una familia hermosa, fue el primer profesional de la familia, fue un médico noble, un gran maestro y, sobre todo, un profesional admirado, respetado y querido por colegas y pacientes como pocas veces vi. Tanto cariño que siempre correspondió y cuidó, igual que cuidó a mis abuelos que le entregaron la plata de la mercadería para comprar el Testut, a su esposa, a sus hijos y a sus nietos. Y siendo siempre fiel a sí mismo.

Mi familia y yo agradecemos mucho al CAO este homenaje que se le rinde. Sin dudas el estaría muy feliz de recibirlo, aunque los que conocemos a Jorge Bar sabemos que diría, humildemente, que no se lo merece”.


El médico

El profesor doctor Jorge Bar fue uno de los residentes y discípulos del profesor Dr. Roberto Sampaolesi. Cursó sus estudios universitarios en la Facultad de Medicina de la UBA y luego hizo su residencia en el Hospital Pedro Lagleyze de CABA. Fue profesor adjunto de Oftalmología de la Universidad de Buenos Aires, jefe de la sección Retina de la cátedra de Oftalmología del Hospital de Clínicas “José de San Martín”.

En forma paralela a su extensa carrera profesional, el Dr. Bar colaboró asiduamente con el Consejo Argentino de Oftalmología, entidad en la cual ocupó cuatro veces el cargo de tesorero (1986-87, 1988-89, 1996-97 y 1998-99) y una el de secretario adjunto (2000-2001). Además, fue director científico de las Jornadas Argentinas de Oftalmología CAO 2015 e integrante de la Comisión de Certificación.

Además, interesado en el desarrollo de la subespecialidad en Retina, propició junto a otros especialistas la creación de la Sociedad Argentina de Retina y Vítreo (SARyV). De hecho, fue su primer presidente durante el bienio 2005-2007, elegido por unanimidad por sus pares.



Palabras de despedida I, por Dr. Mario Saravia: “El extraño caso del doctor Bar y el señor Jorge“

En 1886, Robert L. Stevenson publicó la primera edición de su libro Strange case of Doctor Jekyll and Mister Hyde, famoso relato de un trastorno de la personalidad disociativa. No voy a poner en esa situación a Jorge Bar, muy lejos de ser un trastornado. Pero a él siempre le causaba gracia que yo lo comparara con Jekyll y Hyde, y lo celebraba con esa sutil y fugaz semisonrisa que solo se permitía cuando alguien le derribaba alguna de las vallas que impedían entrar más allá del Dr. Bar.

El Dr. Bar llegaba al hospital en hora, traje gris y maletín en mano. Los que queríamos aprender retina ya estábamos con pacientes recostados y dilatados, con el oftalmoscopio en la cabeza y la cara llena de preguntas para él, que tenía todas las respuestas. Nos miraba en un paneo lento deteniendo la mirada en cada uno de nosotros y podía hacer un leve cabeceo, dando así por terminado un efusivo saludo.

Quienes no lo conocían bien podrían decir que el Dr. Bar era seco y poco comunicativo. Los que tuvimos la suerte de conocerlo sabemos que Jorge, que fue un Señor, era profundamente expresivo. En ese instante de mirada detenida te decía tantas cosas que no hubieran entrado en subtítulos. O era una burlona mirada de sorpresa porque uno había llegado (por una vez) más temprano que él o una confirmación de que íbamos a seguir hablando del caso que interrumpimos la vez anterior. Jorge hablaba con los ojos, las palabras eran un agregado.

Tego su imagen discutiendo algún caso aún con el Scheppens puesto: su mirada fija en la mía con los ojos bien abiertos, la frente fruncida y las palmas abiertas con la lupa todavía en la mano. Sostener esa mirada por eternos, eternos segundos de silencio, como en un trance telepático y al final preguntarte: Entendés lo que te digo ¿no? Lo increíble es que la pregunta era innecesaria, porque con la mirada lo había dicho todo y, efectivamente, se había comprendido.

El Dr. Bar era medido en todas sus expresiones, especialmente en público. Obsesivo de la corrección en todos los aspectos, podía recordarme con sorna por meses un error gramatical. Prudente: hablaba poco y con un aire lánguido, como si lo que tuviera que decir fuera finalmente inevitable, pero hubiera preferido que otro lo hiciera.

El Señor Jorge tenía una mente inquieta, curiosa, atenta y con una enorme empatía. Jorge podía contarme durante una hora una escena de dos minutos en una película alabando la actuación, los diálogos o los mensajes ocultos del director.

El Dr. Bar  era un erudito en Retina. Siempre supo todos los diagnósticos. Siempre.

Una vez lo vi dudar con un paciente en el hospital a las 10 de la mañana. Era el año 95, antes de la Internet. A las 6 de la tarde lo vi en la biblioteca. Llevaba horas ahí, con 5 libros abiertos y notas garabateadas. Me miró con su semisonrisa y me dijo: Es como yo decía. Jorge, en confianza, se permitía esas pequeñas soberbias, y esos aciertos los vivía como un deportista festeja una copa.

El Dr. Bar era distante. El Señor Jorge era una fuente inagotable del más fino humor. Un humor de ajedrecista porque su comentario estaba tres o cuatro jugadas adelante, propio de su inteligencia. Había que prestar atención y procesar. Cuando la broma se volvía evidente, podías llegar a estallar en una carcajada en medio de la más formal de las situaciones, sin que él moviera un músculo.

No hace mucho me hizo llorar (literalmente) de risa, contándome los más minuciosos detalles de sus clases de Tai-Chi. Pero él no se reía, solo relataba, como hacen los verdaderos humoristas.

El Dr. Bar no demostraba sus sentimientos. Jorge nunca dejaba de ser afectuoso cuando era necesario. Bastaba una mirada, un fugaz apretón o una palmada en la cara.

El Dr. Bar no se enojaba jamás y podía enfrentar la más adversa situación con estoicismo. El Señor Jorge, cuando estaba en confianza, podía ser furibundo y dar miedo.

El Dr. Bar fue un grande de la medicina argentina. Si no ocupó espacios de mayor relevancia fue porque no le interesaba. Nunca lo sedujo el brillo del bronce. Bromeaba que no tenía discípulos en clara humorada a que no se hacía responsable de nosotros, pese a que muchos no seríamos quienes somos sin su apoyo y su liderazgo prescindente (se reía con esa definición) porque siempre marcaba el camino, pero nos dejaba hacer. Logró la admiración y el respeto de todos sus colegas, sin excepción.

Jorge nació en una casa humilde, de padres luchadores que le transmitieron la decencia que personificó. Fue un buen hijo (viví de cerca la dedicación a su padre), un esposo cariñoso (amaba a Beatriz), amaba ser padre y abuelo. Estudió Medicina porque en su casa ya estaban los libros y no había lo suficiente para otros, pero disfrutó la profesión como si solo eso hubiera querido. Vivió una vida de esfuerzo, pero con una profunda pasión por lo que hacía.

Siempre fue un agradecido de la vida que le tocó vivir. La vivió como quien le toca en suerte un premio que no le corresponde.

En esos días de juventud esforzada, noches de estudio en modestos ambientes, estoy seguro de que nunca, pero nunca, Jorge imaginó que algún día se iba a convertir en el Dr. Bar.

Como alumno, me falta el consejo del Dr. Bar; como amigo, extraño mucho a Jorge.


Palabras de despedida II, por el Prof. Dr. Marcelo Zas

El profesor Dr. Jorge Bar, conocido entre sus discípulos como Jorge, fue sin duda uno de los maestros argentinos en el campo de la Medicina, de la Oftalmología y de las enfermedades clínicas y quirúrgicas de la retina.

En mayo de 1991 ingresé a mi residencia en el Hospital de Clínicas “José de San Martín” de la Universidad de Buenos Aires y el profesor Dr. Jorge Bar ya era una referencia nacional, muy querido y valorado por toda la división de Oftalmología y el hospital en su conjunto.

Durante toda mi residencia fue un profesional de consulta no solo en el campo de la retina, sino también en toda la Oftalmología ya que manejaba todas las subespecialidades con altísimo conocimiento.

Jorge era un lector compulsivo, un erudito, un dotado con su memoria, un humilde desde su enorme conocimiento. Era también un docente de alma y un médico con una gran vocación hacia la atención pública: desde sus comienzos en el Hospital Pedro Lagleyze hasta sus últimos años en el Hospital de Clínicas, donde se desempeñó por más de 25 años como profesor adjunto y jefe de la sección Retina.

Su partida ha sido un gran dolor para toda la comunidad oftalmológica argentina que lo recordará eternamente.

Quienes hemos tenido el honor de estar junto a Jorge en el día a día, trabajando codo a codo en la vida hospitalaria universitaria, quedaremos marcados por siempre llevando su legado y transmitiendo sus enormes enseñanzas a las generaciones de residentes y fellows que nos sucederán.


Palabras de despedida III, por Dr. Guillermo Iribarren

Conocí a Jorge cuando estaba en la residencia y vino al Hospital de Clínicas, invitado por el doctor Roberto Sampaolesi, para hacerse cargo de la Sección de Retina. Con el doctor José Badía nos enseñaron Retina clínica y quirúrgica, cirugía de retina convencional y vitrectomía, práctica que estaba en pleno desarrollo y expansión.

Siempre tenía tiempo para contestar cualquier pregunta nuestra. Era un excelente cirujano, perfeccionista como pocos. 

Estudiaba todos los temas con gran profundidad, lo cual lo convirtió en maestro de muchos de nosotros,  referente y médico de consulta permanente para toda la comunidad oftalmológica.

Era un placer escucharlo opinar y comentar en los ateneos y congresos: era el que más sabía y estudiaba.

Siempre se destacó por su sencillez y su humildad. Sin proponérselo, nos hizo mejores.

Era un agradecido de la vida y de todo lo que la profesión le había brindado. Con su esposa Beatriz, a quien admiraba, disfrutaban sus hijos, los nietos, sus amigos, las vacaciones y los viajes.

Para mí fueron un privilegio los años compartidos con él, y siempre me acompañará su imagen de lo que es ser un buen médico, pero, por sobre todas las cosas, un buen ser humano.

Esta nota se publicó originalmente en Revisa MO, año 2022, número 1. Acceda a la versión completa en este enlace.

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